lunes, 29 de marzo de 2010

La Kaikema y otros relatos, de Isaías Alanís

El siguiente, es el texto leído por Roberto Ramírez Bravo en la presentación de La Kaikema y otros relatos, el viernes 26 de marzo de 2010, en La Casona de Juárez, en Acapulco:
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La Kaikema y otros relatos
Roberto Ramírez Bravo
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Cuando supe que iba a leer un libro que no tenía signos de puntuación pensé que sería una tarea difícil, pues como sabemos los signos –el punto, la coma– son elementos de un código que nos permite enlazar nuestro mensaje con el receptor.
Sin embargo, al leer La Kaikema y otros relatos, de Isaías Alanís (editorial Sigla, 2009), me llevé la grata sorpresa de que la presencia de estos caracteres no sólo no era necesaria en la particularidad del texto, sino que su ausencia se agregaba como un elemento novedoso y enriquecedor del mismo. ¿Cómo pudo hacerse la magia de convertir una ausencia notoria en una notable presencia? Eso es algo que tal vez el propio autor en su momento podría explicar.
La Kaikema y otros relatos es en esos términos una propuesta innovadora, pues se plantea una nueva forma de concebir y de expresar el lenguaje, que si bien puede tener algún referente en El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez, en Todos los nombres, de José Saramago, o en la obra de Lezama Lima, no es ni uno ni otro, sino una nueva propuesta.
En alrededor de 300 páginas, Isaías Alanís cuenta 18 historias sobre la vida en algún lugar de la costa, con sus personajes, sus leyendas y sus fantasías, donde, sin embargo, los únicos nombres de lugares que se mencionan son aquéllos que no forman parte directa de la historia, como Cuernavaca, el Distrito Federal, África y otras ciudades de Europa y Canadá, pero no se indica con claridad en qué pueblo de la costa se desarrollan las historias.
Al leerlo, uno se encuentra con un libro difícil de clasificar, pues raya los linderos entre los géneros. ¿Es una novela, son cuentos, son relatos, es poesía, es un documental? Yo diría que es, a la vez, todo eso junto. El libro narra la historia de un profesor universitario, escritor, que hace su vida entre el DF y Cuernavaca, y que visita la costa cada año –siempre alrededor de los mismos personajes pero siempre llevando a diferente mujer como acompañante–, y con la guía básica de Tiburcio Sabucán, el hombre que fuma tabaco, los habitantes del pueblo le van narrando sus historias. En ese sentido es una novela, donde las narraciones, separadas, tienen un hilo conductor en la búsqueda que hace el escritor-narrador y, en conjunto, cuentan la historia fundacional de aquel pueblo, que puede leerse de corrido, a saltos o de atrás para adelante. Al fin de cuentas, los personajes se mueven de un relato a otro y van apareciendo en el contexto que ya tenían en el anterior, o que van a tener en el siguiente, según sea el orden de la lectura.
También es un libro de relatos, porque cada una de las 18 historias es completa e independiente en sí misma. Y, como se sabe, entre relato y cuento hay una mínima pero significativa diferencia, y al trascender el mero hecho de contar anécdotas, nos encontramos que es también un precioso libro de cuentos, donde los hechos cotidianos aparecen reinventados, con un universo propio y redondo como sólo el cuento es capaz de proporcionar.
Si bien no es un libro de poemas, en el sentido tradicional, su narración tiene un alto registro poético donde, por ejemplo, un árbol no sólo es un árbol, sino una parte revalorada, reinterpretada, de la visión del cosmos que tienen los propios personajes.
La Kaikema y otros relatos es, en ese sentido, hasta cierto punto, un libro inesperado. Es un libro que retoma el mundo regional, el submundo de las leyendas, pero que está muy lejos de ser un texto pueblerino escrito sólo para recoger aquello que cuentan los mayores. Es la reinvención de ese género, su modernización y una novedosa puesta en escena. Es contar las leyendas de otra manera y de otra perspectiva, con un lenguaje inusual.
En sus páginas desfilan personajes como La Kaikema, que representa a la mujer que se aparece en lo oscuro del bosque –en este caso, en el manglar, en el estero– para seducir a los hombres y llevarlos, como sugiere la leyenda, a la perdición. Pero esta Kaikema ofrece una perdición llena de erotismo, de placer, de sensualidad desbordada, una especie de infierno que en realidad es una forma sublime de la noción del paraíso.
Los alagartos, misteriosos saurios con alas, un poco humanos, un poco monstruos, que según la leyenda habitan el pantano; y los ángeles –el homosexual, el que en forma de niño prodiga sexualidad a sus feligreses, los arcángeles– son otros de los seres mágicos que pueblan el libro.
Sin embargo, más allá de las historias de pueblo, Isaías Alanís nos asoma a otras realidades menos fantásticas: la del narcotráfico, la de la guerra sucia –donde “la aparecida” no es sino una desaparecida política a la que el Ejército se llevó 15 años atrás, durante los tiempos de la represión, y que ha vuelto–, la de los curas “putos y pederastas”, y la de los asesinatos políticos.
En conjunto, Isaías Alanís nos muestra un mundo no sólo integrado a través del lenguaje y una reinterpretación de su uso, sino una nueva mirada a las tradiciones y al mismo tiempo un registro del tiempo real, actual, histórico, que no tiene de fantástico sino la forma en que se narra.
Lo más gratificante es que el libro no es sino sólo la primera parte de una trilogía que, como él mismo dice, amenaza con publicar en breve.
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